En
1973, el seminario teológico de Princeton llevó a cabo un estudio que ahora se
le conoce como el estudio del buen samaritano. En el estudio participaron 40
seminaristas. Se les llamó a un edificio en el que tuvieron que llenar un
cuestionario y después se les daban instrucciones de ir a otro edificio a dar
una charla ya sea sobre el tema de la vocación o sobre la parábola del buen
samaritano. Se les dijo que tenían que ir de prisa, en varios grados de
urgencia. En el trayecto, había un actor agachado y gimiendo de aparente dolor
y en necesidad de ayuda.
De
todos los participantes, sólo el 40% de ellos intentó ayudar al hombre enfermo.
El estudio concluyó que el tema de la charla, para quienes iban a presentar la
parábola del buen samaritano, no influyó en su decisión de ayudar o no ayudar a
la persona que se encontraron sino que las reacciones de los estudiantes
dependían de que tanta prisa llevaran. Yo ya había escuchado citar este estudio
pero al preparar esta reflexión me di cuenta de una pieza de información que no
había escuchado antes. Muchos de los estudiantes que no se detuvieron a ayudar
a esta persona parecían más alterados y ansiosos cuando llegaron al segundo
edificio. Es decir, experimentaron un conflicto interno al tener que decidir
entre ayudar a esa persona o cumplir con su obligación. En lo personal, me da
esperanza saber que el que no hayan actuado para ayudar al hombre necesitado no
fue por pura insensibilidad sino por un conflicto que no es tan distinto a los
conflictos a los que a diario nos enfrentamos cuando nuestras múltiples
actividades y responsabilidades nos limitan la visión de ocasiones en las que
nuestra ayuda es necesaria.
Compasión
significa literalmente “sufrir con”. Es más que empatía, es sentir como nuestro
el dolor del otro y buscar maneras de aliviarlo. Estudios recientes en el área
de lo que ahora se conoce como neurociencia social han encontrado alguna
información importante. Por ejemplo, en un estudio en el que se utilizó
resonancia magnética se pudo ver que cuando una persona empatiza con otra, las
mismas áreas del cerebro se activan.
Sin
embargo, la doctora Tania Singer advierte que la empatía es negativa, ya que al
sentir el dolor de los demás, uno también sufre y que esto podría resultar en
desgaste y retirada. Por el contrario al sentir compasión, explica, más que
sentir el dolor del otro sentimos preocupación y podemos desarrollar una mayor
motivación para ayudarlo.
Una de
las cosas que dejó claro el estudio de Princeton es que tener pensamientos
buenos no es suficiente para actuar de manera compasiva hacia los demás. Pero
la compasión, me parece, es también una cualidad que podemos y debemos cultivar
y la doctora Singer también está de acuerdo con esto. La doctora Singer afirma
que tenemos la capacidad de bloquear del todo sentimientos de empatía y compasión
hacia los demás pero que de la misma manera tenemos la capacidad de abrirnos
hacia los demás y de transformar un sentimiento inicial de empatía en
compasión.
Si bien
es cierto que es imposible saber con certeza lo que alguien que sufre siente y que
generalmente recurrimos a nuestras propias experiencias de dolor para tratar de
entender el de los demás. De hecho, cuando el dolor de los demás nos recuerda
el sufrimiento personal o el de alguno de nuestros seres queridos nos resulta
más sencillo empatizar y hasta actuar de manera compasiva con ellos. O cuando
el sufrimiento del cual somos testigos representa aquel de nuestros miedos o
que ocurre de manera masiva, también es más fácil que las personas respondan
con compasión y con deseos de ayudar.
Hemos
visto por ejemplo la cantidad increíble de apoyo que reciben los damnificados
cuando ocurre un desastre natural o cuando nos volvemos testigos de los
tremendos efectos de la guerra en personas inocentes. Pero si buscamos
construir un mundo equitativo, justo y compasivo, debemos de convertir esas
acciones compasivas en un ejercicio diario, incluso cuando no podamos
comprender el sufrimiento del otro. Me pregunto si estamos dispuestos a aceptar
simplemente que no podemos conocer con certeza cada tipo de sufrimiento al que
nos encontramos y que a pesar de eso nos decidamos a actuar confiando que
nuestras acciones por aliviar el dolor de los demás, por asegurarnos que todos
los seres humanos sean tratados con equidad y justicia no pueden causar más
daño que nuestra falta de acción por indiferencia o por cualquier excusa que
nos hayamos formulado en la mente.
Nuestro
segundo principio nos recuerda una vez más la visión que tenemos de la comunidad
que queremos ser y del mundo que buscamos construir. No es una afirmación
pasiva de una realidad actual, sino un compromiso de acción porque sabemos que
las palabras resultan huecas si no van acompañadas de acciones.
La
compasión es clave para construir un mundo más justo y equitativo. Cuando somos
capaces de identificar el dolor de los demás y a hacer algo para aliviarlo, no
queda lugar para la indiferencia ni para la omisión. Tampoco hay necesidad de
esperar a que nos “nazca” ayudar, podemos hacer un compromiso consciente e
intencional de ayudar por principio solamente y así poco a poco ir
desarrollando el músculo de la compasión en nosotros.
Que
estemos dispuestos a ser audaces, a actuar con valor y sobre todo que seamos
capaces de reconocer la voz interior que nos ayuda a justificar nuestra falta
de acción. Que seamos más compasivos, más justos y más equitativos en todo
momento.
Fuentes:
Feeling Others’ Pain: Transforming Empathy into Compassion. https://www.cogneurosociety.org/empathy_pain/
Darley, J. M., and Batson, C.D., "From Jerusalem to
Jericho": A study of Situational and Dispositional Variables in Helping
Behavior". JPSP, 1973, 27, 100-108. http://faculty.babson.edu/krollag/org_site/soc_psych/darley_samarit.html
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