Sunday, October 18, 2015

La compasión en nuestra vida diaria

En 1973, el seminario teológico de Princeton llevó a cabo un estudio que ahora se le conoce como el estudio del buen samaritano. En el estudio participaron 40 seminaristas. Se les llamó a un edificio en el que tuvieron que llenar un cuestionario y después se les daban instrucciones de ir a otro edificio a dar una charla ya sea sobre el tema de la vocación o sobre la parábola del buen samaritano. Se les dijo que tenían que ir de prisa, en varios grados de urgencia. En el trayecto, había un actor agachado y gimiendo de aparente dolor y en necesidad de ayuda.
De todos los participantes, sólo el 40% de ellos intentó ayudar al hombre enfermo. El estudio concluyó que el tema de la charla, para quienes iban a presentar la parábola del buen samaritano, no influyó en su decisión de ayudar o no ayudar a la persona que se encontraron sino que las reacciones de los estudiantes dependían de que tanta prisa llevaran. Yo ya había escuchado citar este estudio pero al preparar esta reflexión me di cuenta de una pieza de información que no había escuchado antes. Muchos de los estudiantes que no se detuvieron a ayudar a esta persona parecían más alterados y ansiosos cuando llegaron al segundo edificio. Es decir, experimentaron un conflicto interno al tener que decidir entre ayudar a esa persona o cumplir con su obligación. En lo personal, me da esperanza saber que el que no hayan actuado para ayudar al hombre necesitado no fue por pura insensibilidad sino por un conflicto que no es tan distinto a los conflictos a los que a diario nos enfrentamos cuando nuestras múltiples actividades y responsabilidades nos limitan la visión de ocasiones en las que nuestra ayuda es necesaria.
Compasión significa literalmente “sufrir con”. Es más que empatía, es sentir como nuestro el dolor del otro y buscar maneras de aliviarlo. Estudios recientes en el área de lo que ahora se conoce como neurociencia social han encontrado alguna información importante. Por ejemplo, en un estudio en el que se utilizó resonancia magnética se pudo ver que cuando una persona empatiza con otra, las mismas áreas del cerebro se activan.  
Sin embargo, la doctora Tania Singer advierte que la empatía es negativa, ya que al sentir el dolor de los demás, uno también sufre y que esto podría resultar en desgaste y retirada. Por el contrario al sentir compasión, explica, más que sentir el dolor del otro sentimos preocupación y podemos desarrollar una mayor motivación para ayudarlo.
Una de las cosas que dejó claro el estudio de Princeton es que tener pensamientos buenos no es suficiente para actuar de manera compasiva hacia los demás. Pero la compasión, me parece, es también una cualidad que podemos y debemos cultivar y la doctora Singer también está de acuerdo con esto. La doctora Singer afirma que tenemos la capacidad de bloquear del todo sentimientos de empatía y compasión hacia los demás pero que de la misma manera tenemos la capacidad de abrirnos hacia los demás y de transformar un sentimiento inicial de empatía en compasión.
Si bien es cierto que es imposible saber con certeza lo que alguien que sufre siente y que generalmente recurrimos a nuestras propias experiencias de dolor para tratar de entender el de los demás. De hecho, cuando el dolor de los demás nos recuerda el sufrimiento personal o el de alguno de nuestros seres queridos nos resulta más sencillo empatizar y hasta actuar de manera compasiva con ellos. O cuando el sufrimiento del cual somos testigos representa aquel de nuestros miedos o que ocurre de manera masiva, también es más fácil que las personas respondan con compasión y con deseos de ayudar.
Hemos visto por ejemplo la cantidad increíble de apoyo que reciben los damnificados cuando ocurre un desastre natural o cuando nos volvemos testigos de los tremendos efectos de la guerra en personas inocentes. Pero si buscamos construir un mundo equitativo, justo y compasivo, debemos de convertir esas acciones compasivas en un ejercicio diario, incluso cuando no podamos comprender el sufrimiento del otro. Me pregunto si estamos dispuestos a aceptar simplemente que no podemos conocer con certeza cada tipo de sufrimiento al que nos encontramos y que a pesar de eso nos decidamos a actuar confiando que nuestras acciones por aliviar el dolor de los demás, por asegurarnos que todos los seres humanos sean tratados con equidad y justicia no pueden causar más daño que nuestra falta de acción por indiferencia o por cualquier excusa que nos hayamos formulado en la mente.
Nuestro segundo principio nos recuerda una vez más la visión que tenemos de la comunidad que queremos ser y del mundo que buscamos construir. No es una afirmación pasiva de una realidad actual, sino un compromiso de acción porque sabemos que las palabras resultan huecas si no van acompañadas de acciones.
La compasión es clave para construir un mundo más justo y equitativo. Cuando somos capaces de identificar el dolor de los demás y a hacer algo para aliviarlo, no queda lugar para la indiferencia ni para la omisión. Tampoco hay necesidad de esperar a que nos “nazca” ayudar, podemos hacer un compromiso consciente e intencional de ayudar por principio solamente y así poco a poco ir desarrollando el músculo de la compasión en nosotros.
Que estemos dispuestos a ser audaces, a actuar con valor y sobre todo que seamos capaces de reconocer la voz interior que nos ayuda a justificar nuestra falta de acción. Que seamos más compasivos, más justos y más equitativos en todo momento.

Fuentes:
Feeling Others’ Pain: Transforming Empathy into Compassion. https://www.cogneurosociety.org/empathy_pain/

Darley, J. M., and Batson, C.D., "From Jerusalem to Jericho": A study of Situational and Dispositional Variables in Helping Behavior". JPSP, 1973, 27, 100-108. http://faculty.babson.edu/krollag/org_site/soc_psych/darley_samarit.html

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