Sunday, March 22, 2015

Soy un cuerpo entero

En una sociedad occidental, los individuos son representados a menudo como cuerpos fragmentados. Es decir, se nos dice que cada parte de nuestro cuerpo tiene una función específica que a menudo se describe como independiente de las demás: escuchamos con los oídos, vemos con los ojos, caminamos con las piernas y pies y hablamos con la boca. En general, tendemos a creer que lo anterior es correcto y no nos detenemos en pensar en las maneras en que percibimos con nuestros cuerpos más allá de aquellas partes que están asociadas con nuestros sentidos.

Hace poco, tomé una clase cuyo propósito era el de trabajar la voz. La clase tenía un título similar a "Dándoles vida a los textos" y yo me imaginaba que sería cuestión de practicar entonación, proyección, inflexiones y cuestiones similares relacionadas con el trabajo de voz. De hecho me llamaba mucho la atención porque de niña solía memorizar y recitar poesía en casa. Lo que me sorprendió fue la cantidad de movimiento y trabajo físico que llevamos a cabo.

El cuarto día de clase, desperté con los músculos abdominales adoloridos. El trabajo físico que habíamos estado haciendo con el fin de soltar nuestras voces se volvió evidente en ese momento. El dolor apareció el día después de que finalmente entendí cómo dejar salir mi voz desde mi estómago y cómo evitar cerrar o forzar mis músculos de la garganta. Hasta entonces, no lo había comprendido a pesar de ya haber observado a varios de mis compañeros hacerlo. Sin embargo, cuando se me pidió que presentara mi texto a la clase, pude notar los cambios físicos que ocurrían cuando mi voz surgía de mi abdomen, cuando mi garganta se abría y hasta noté las ocasiones en las que forzaba mi voz. Me volví consciente de las maneras en que mi cuerpo entero se unía a la tarea de hablar en público. Me sentí entera.

Ese día regresé a mi dormitorio pensando "No soy un cuerpo fragmentado, sino entero". El individuo fragmentado es una ventaja para una sociedad capitalista como la nuestra. En nuestra búsqueda de individualidad se nos dan opciones, miles de opciones y se nos invita a elegir entre ellas. Entonces buscamos artículos que sacien al individuo único que creemos ser, buscamos el producto que nos llame la atención y satisfaga nuestras necesidades únicas y por eso elegimos un champú para nuestro tipo específico de cabello, jabón para el cuerpo y cremas para los ojos, la cara, la piel, etcétera. Somos bombardeados con anuncios que prometen mejorar nuestro cuerpo en partes también: fajas para el abdomen, artículos deportivos para trabajar músculos específicos, cirugías reconstructivas de nariz, ojos y muchas otras más. A menudo escucho a personas aislar las partes de sus cuerpos que les gustan y que no les gustan, como si éstas no coincidieran con la totalidad del cuerpo al que pertenecen, como si hubieran salido defectuosas. Fragmentamos nuestros cuerpos, buscamos satisfacer de manera separada cada parte y rara vez pensamos en todas ellas como un todo.

Pero mi experiencia en clase fue distinta. Los juegos, los ejercicios, el movimiento y los sonidos que hicimos con el fin de aprender a soltar nuestras voces me hicieron darme cuenta que mi voz no depende únicamente de mis cuerdas vocales y de que mi cuerpo entero influye en mi manera de hablar. Desde la ropa que vestimos, la manera en que nos paramos, la forma en que inhalamos y exhalamos, la manera en que involucramos nuestros músculos abdominales, nuestros cuerpos enteros se involucran de tal manera para permitirnos o evitarnos hablar con efectividad.

Más allá del efecto que esta clase pudo tener para ayudarme a ser o no una mejor oradora, la lección más importante fue la que me permitió aceptar y volverme consciente de la importancia de mi cuerpo como conjunto, en su totalidad; reconocer que soy un cuerpo entero no fragmentado.