Monday, November 24, 2014

Centro de detención

Mi rutina matutina de ayer fue alterada por una visita planeada al centro de detención de Otay. Como parte de mi trabajo voluntario en una organización local que se encarga de asistir a sobrevivientes de tortura, estuve encargada de coordinar la visita del día de ayer.

Una vez que tuve identificados a las personas que asistirían con nosotros, envié sus datos a los oficiales del departamento de inmigración de los Estados Unidos para que realizaran una investigación de antecedentes antes de otorgarnos permiso para visitar sus instalaciones. A los pocos días recibí notificación de que todos estábamos aprobados para asistir al tour y así lo hicimos. Al tour, asistimos algunas personas que trabajamos en la organización, miembros de la mesa directiva, empleados y representantes de otras organizaciones como una escuela privada de Derecho, el condado de San Diego y varias fundaciones. 

La organización con la cual estoy colaborando trabaja en su mayoría con refugiados y el centro de detención suele ser el primer lugar al que llegan después de cruzar la frontera de manera ilegal o de entregarse a ella. Esa es la razón por la cual es de interés para quienes están involucrados con esta organización el conocer de qué manera opera el centro de detención.

El camino al centro de detención ya lo conocía. El año pasado tuve la oportunidad de ir de voluntaria con el grupo SOLACE a realizar visitas a algunos de los inmigrantes detenidos. Este grupo visita a los detenidos con el único fin de escucharlos y convertirse en una presencia amiga para ellos. Para los voluntarios de este programa, SOLACE se ha convertido en una manera de rescatar y afirmar la dignidad de cada una de las personas detenidas. Así que esta vez no me costó mucho trabajo reconocer el camino y el conjunto de edificios que conforman las distintas prisiones y el centro de detención.

El centro de detención se encuentra rodeado de tierra árida en la sección de Otay Mesa en el condado de San Diego. Está a poca distancia de la frontera y, de hecho, desde la carretera se puede ver a lo lejos la ciudad de Tijuana. Tampoco me causó sorpresa esta ocasión la cantidad de alambre de púas que rodea el edificio para disuadir cualquier intento de escape. A primera vista cualquiera puede notar la hostilidad de este ambiente.



Pero esta vez no fui a visitar a nadie sino a escuchar de voz de los agentes de inmigración y del representante de CCA sobre cómo se manejan las instalaciones. Así que en ese sentido sí era distinto a lo que había experimentado antes. La primea ocasión que fui, sólo pude entrar al salón de visitas y hablar con dos personas a través de unos auriculares de muy mala calidad y sentada sobre unos banquitos de metal que son terriblemente incómodos.

Fuimos recibidos con mucha amabilidad y después de registrarnos al entrar, nos llevaron a un salón de conferencias. Ahí, nos hablaron sobre los servicios que proveen a los detenidos en cuestión de salud física y mental. Nos dieron estadísticas de la población del centro de detención que según la gráfica presentada la mitad de la población es mexicana y el otro 25 o 26 por ciento de otros países latinoamericanos y sólo un 24 o 25 por ciento son de otros países no identificados. Después de escuchar la presentación, nos llevaron a conocer varias áreas del centro de detención. Pero no quiero dar una descripción de lo que vi sino hablar de algunas de las cosas que me perturbaron.

La idea de ir al centro de detención me pareció excelente, hasta que nos empezamos a topar con algunos de los detenidos. En el área médica y de salud mental estaban algunos esperando o comiendo en los cuartos. Nos observaban curiosos al pasar y nosotros, porque no fui la única, nos enfrentamos al dilema de no saber si debíamos voltear a verlos y sonreír o simplemente ignorar su presencia. Ninguna de las dos opciones parecía adecuada. Yo sentía la necesidad de verlos y sonreír y de alguna manera afirmar su dignidad y humanidad, pero de repente ese mínimo intento parecía imposible y sentí que por el contrario que nuestras miradas los cosificaban, que invadíamos su espacio y que los convertíamos en una especie de sujetos de estudio. Después, supe que no era la única que se sentía así. ¿Cómo se rescata el valor de un ser humano en esas circustancias? ¿Cómo se muestra empatía?

La encargada del área de salud del centro de detención tenía bien preparado su discurso con estadísticas, lista de servicios ofrecidos y más. Durante nuestro recorrido, me empezó a perturbar el hecho de que ante casi todas las preguntas, ella respondía diciendo que "era como afuera". Me perturbaba porque desde mi punto de vista, la situación del centro de detención no podía ser comparada con las condiciones existentes afuera. Sin embargo el constante énfasis en esas palabras parecía querer convencernos de lo contrario. Era una manera, me parece, de suavizar la realidad presentada. No, no me parece que las dinámicas del centro de detención puedan evaluarse con los mismos parámetros de la sociedad en general. No, no me parece que el centro de detención sea una micro-sociedad porque los detenidos, por definición, no gozan de las mismas libertades que el resto de la sociedad. No, tampoco es "como afuera" el hecho de que los detenidos trabajen por un sueldo de un dolar al día y que la tienda les venda los productos a precios regulares, como los de "afuera".

De hecho, cuando alguien cuestionó los precios de la tienda, el representante de CCA dijo que "nadie se había quejado nunca de los precios". No ajustar el costo de los artículos para que sean asequibles para los trabajadores, es inmoral también y ¿Qué derecho podrán sentir que tienen los detenidos para quejarse de los precios?. Su condición de detenidos los pone en una posición de desventaja. ¿Qué poder podrían sentir para intentar hacer un cambio en donde de antemano se les criminalizado? Hay dinámicas de poder en este ambiente que precisamente evitarían que los detenidos pudieran quejarse. El hecho de que nadie se haya quejado de los precios, no quiere decir que dicha práctica esté bien.

Por último, según la presentación que nos dieron nos dijeron que el tiempo promedio de una persona en detención es de 21 días, lo cual pues no suena tan terrible ¿cierto?. Pero por mi anterior experiencia con SOLACE yo me preguntaba ¿Cuántas personas tienen que haber pasado por aquí para que el tiempo promedio sea de 21 días? El día que fui a visitar detenidos con SOLACE tuve la oportunidad de visitar a un hombre que llevaba cuatro años ahí y a una mujer que ya llevaba un año también. Y como ellos, hay muchos casos más.

El centro de detención es un lugar frío, incómodo, intimidante. Una prisión. Ahí se contiene el sueño americano de muchos. Ahí se interrumpen los caminos, se evalúan, se discuten, se decide, se retachan algunos, se liberan muy pocos. Desde el punto de vista de quienes laboran ahí, el centro de detención es generoso al darles oportunidad de trabajar a los detenidos, al tenerles un tienda para adquirir pequeños "lujos" y al ofrecerles cuatro horas de tiempo de recreación afuera que la mayoría de los detenidos no usan. Desde su punto de vista, les va bien a los detenidos. Desde el punto de vista de los detenidos, el centro de detención es la antítesis del hogar, para algunos es posibilidad, para otros condena pero para ninguno es tan bueno como nos quisieron hacer creer. A nuestro paso,algunos detenidos primero nos veían con curiosidad, luego agachaban la cabeza. Creo que les pesaban los restos de sus sueños aplastados.



Tuesday, November 18, 2014

El siguiente paso

Una vez que empecé a sentirme cómoda en mi nueva comunidad, me prometí a mí misma tratar de manternerme al margen de los asuntos de la iglesia y de permanecer lo más anónima que fuera posible. Cuando era adolescente tuve la oportunidad de participar activamente en la iglesia Católica de mi comunidad y de alguna manera no quería volver a lo mismo. Me parecía buen plan no inmiscuirme mucho en asuntos de la iglesia, no sentirme obligada a ir al servicio y símplemente no permitir que las personas supieran mucho de mí. "De lejitos" me decía a mi misma, "calladita", así te ves más bonita.

Cuando empecé a sentir mi separación de la iglesia Católica a la edad aproximada de veintitrés años, hice todo lo posible por asirme de ella. Busqué nuevos grupos de jóvenes, me inscribí en nuevas clases de teología, busqué a mis viejos amigos. Eran "patadas de ahogado", un intento en vano de querer ser lo que ya no era, de no dejar lo que por tantos años me había sostenido. El mundo, fuera de lo que hasta entonces había vivido, me asustaba. Por lo tanto, se volvía esencial creer en Dios, y rezar padres nuestros que ya no sentía, y persignarme cada que pasara frente a una iglesia. Había que cantar las canciones de Martín Valverde y hablar de Dios muchas veces hasta que la palabra misma volviera a tomar sentido. Fueron meses, muy largos, de búsqueda. Y cuando al fin acepté que ya no conservaba mi fe católica, me sentí liberada, tranquila, feliz. No era un sentimiento causado solamente por dejar una iglesia en la que ya no creía y en la cual, cada vez que asistía, me sentía hipócrita, era el sentimiento de liberación que otorga la congruencia, cuando sabes que estás siendo sincero contigo mismo y aceptas tu verdad tal cual es.

Creo que ese difícil proceso de separación era lo que me asustaba ¿Y qué tal si volvía a pasar lo mismo?. Pero en una iglesia cuya doctrina se centra en la justicia social, es casi imposible permanecer al margen y anónimo. Siempre hay algo que hacer, siempre hay alguien que necesita ayuda, siempre hay un proyecto pendiente o una legislación que combatir. Así que cuando menos lo esperaba ya estaba ayudando ocasionalmente con las clases de la escuela dominical para niños. Después, empecé a ayudar con la interpretación de los domingos y algunas traducciones. Empecé a asistir cada vez a más eventos y de repente me pidieron que ayudara en el servicio.

Así empezó este caminar por el Unitarismo Universalista. Cada domingo encuentro una comunidad poco convencional de personas que no vienen a la iglesia para ser buenos sino para encontrar a otros que como ellos siguen con la esperanza de construir un mundo mejor. Venimos de muchas fes (católica, mormona, bautista, metodista, judía, etc) pero sabemos que aquello que nos distingue a unos de los otros no es más que una manera de enriquecer nuestras comunión. Estoy convencida que las áreas en las que coincido con mis compañeros de viaje son mucho más importantes que en las que nos diferenciamos. También sé que las diferencias de los demás son una oportunidad de crecimiento y enriquecimiento para mí. De cualquier manera, salgo ganando.

A veces, durante el servicio, cantamos música en inglés, en español, en latin. A veces son baladas populares, música de rock, cantos de protesta o de alabanza. A veces es piano, flauta o violín, a veces guitarra y batería. Lo cierto es que siempre se siente bien estar ahí. Cada domingo, salgo de ese lugar convencida de que es aquí donde pertenezco. Las palabras que recitamos todos los domingos como parte de nuestra confirmación de fe:

"El amor es la doctrina de esta iglesia.
La búsqueda de la verdad es su sacramento 
y el servicio es su oración.
Habitar juntos en paz,
buscar la verdad en libertad
y servir a la humanidad juntos,
esto es lo que pactamos unos con otros."

Se quedan conmigo y son un constante recordatorio de la manera en que me he comprometido a vivir mi vida espiritual y religiosa. Sin dogmas preestablecidos ni deidades volátiles sino con un compromiso real de congruencia de acción y creencia y con plena conciencia de la red de la vida a la que pertenezco.