A
principios de octubre de este año, tuve la fortuna de ser la capellana de un
grupo que asistió a “Fin de semana de justicia en Tijuana“, un programa del
Ministerio de Justicia Unitario Universalista de California en colaboración con
la academia GaryMar
El
propósito del programa es el de seguir el trayecto de aquellos que han sido
afectados por el sistema deficiente de inmigración de Estados Unidos con el fin
de ofrecer una mayor perspectiva y entendimiento de la crisis migratoria a todas
las personas interesadas en conocer a más profundidad el problema. (A su vez,
las organizaciones a las que se visita en Tijuana reciben una donación en
nombre del grupo para apoyar el trabajo que realizan en la ciudad.)
En esa
ocasión, tuvimos un grupo de 5 participantes; cuatro de ellos de distintas
áreas del sur de California y una persona de Nueva Jersey. Todos estaban de una
manera u otra ya involucrados en el trabajo pro-inmigrante en Estados
Unidos. Cruzamos la frontera un viernes
por la tarde y después de una pequeña introducción sobre las prácticas de
deportación nos dirigimos al centro GaryMar.
El
sábado tuvimos la oportunidad de ver a un grupo de una organización llamada
Corazón en acción. Era un grupo de personas de una iglesia que iba a construir
una casa modesta en un día. Llegó un camión de jóvenes y ya tenían todo el
material listo para empezar el trabajo. Pero lo más fascinante de esa
experiencia no fue ver lo organizado que estaban ni lo rápido que trabajaban
sino la cara iluminada de la futura dueña de la casa. Cualquier persona hubiera
podido identificarla con solo ver su sonrisa. Ese día fuimos testigos de un
acto de caridad que tocaba en lo más profundo la vida de una persona y de su
familia.
También
tuvimos oportunidad de ayudar a Sara, una activista pro-migrante, y a su familia a dar de comer a un grupo de
personas en situación de calle cerca de la central camionera de la ciudad y
este fue probablemente uno de los momentos más difíciles de procesar para todo
el grupo. Esta era la primera vez que incluso los organizadores visitaban a
esta persona y la escena al llegar fue muy dramática. En cuanto todas esas
personas que esperaban la comida vieron la camioneta de la señora Sara, se
avalanzaron tras de ella sin prestar atención a los vehículos que venían detrás
de ella. La desesperación y el querer asegurarse de tener comida les hizo
olvidarse de todo a su alrededor. Su carrera tras de la camioneta era una
expresión deseperada de tal vez un hambre mayor y un sufrimiento más profundo por
haber sido relegados totalmente a los márgenes de la sociedad. Cuando servíamos
la comida, ahí a la orilla de la carretera, sentí una necesidad de inmensa de
poder llamarlos a todos por su nombre y de alguna manera afirmar su humanidad y
dignidad pero tuve que limitarme a asegurarme que la línea siguiera moviéndose,
que no se metieran algunos en la fila y que todos tuvieran algo qué comer.
El
domingo visitamos “el bordo”, la valla que divide a los dos países y en donde
cada domingo se reúnen varios grupos a buscar o proveer información migratoria
y otros recursos o a formar parte del servicio religioso binacional y bilingüe
que se lleva a cabo en ese punto de encuentro. Todos los que llegan aquí vienen
con sus historias a flor de piel, listos para contarlas, compartirlas y hacer
partícipes a los demás de un poco de sí. Hay todo tipo de historias; algunas
dolorosas, otras llenas de esperanza y casi todas manteniendo viva la esperanza
de la reunificación familiar. Cada domingo, la valla se convierte en un lugar
sagrado donde las familias se reencuentran, donde pueden comunicarse y medio
verse por un momento. En este espacio no hay necesidades que se satisfagan solo
con la caridad, el trabajo que tiene que hacerse para cambiar las leyes
migratorias es muy claro y muy complejo también. (Es la valla un testigo silencioso del dolor
humano de la separación causada por las leyes migratorias y los sistemas
económicos injustos de nuestro mundo capitalista.)
El
lunes, antes de volver a los Estados Unidos, tuvimos la oportunidad de ayudar a
servir desayuno en el Desayunador Salesiano de Tijuana. Este lugar diariamente
ofrece desayuno a más de 700 personas. Cada uno de nosotros teníamos un trabajo
diferente. A mí me tocó hacer oración en las mesas antes de que cada grupo de
personas se sentara a comer. Y eso hice.
A
diferencia de la experiencia del sábado, y a pesar de que aquí tampoco sabía
los nombres de las personas que llegaban a comer, sí tuve la oportunidad de ver
a cada persona a los ojos, de saludarlos e incluso de charlar un poco con un
par de familias que llegaron también a comer. El Desayunador está limpio y las
mesas tienen manteles. Las personas por lo menos una vez al día tienen un lugar
limpio y agradable para sentarse a comer. Me resultó imposible el no contrastar
esta experiencia con la del sábado en donde la gente comía parada o acuclillada
contra una pared al lado de la carretera.
Fue sin
duda un fin de semana intenso que aún sigo tratando de procesar pero que ha
generado ciertas reflexiones en mí sobre la intersección de la caridad y la
justicia social.
El
trabajo caritativo que observamos con el trabajo de Sara, la organización
Corazón y los voluntarios del Desayunador Salesiano tienen la ventaja de
ofrecer una especie de remuneración instantánea en forma de satisfacción. Se
sabe y se ve de manera inmediata el resultado de la labor: el hambre saciada y
el techo levantado. Pero el trabajo que se necesita para que la necesidad de la
caridad desaparezca es mucho menos atractivo y mucho más árido.
Sin
embargo, esta experiencia me dio la oportunidad de reflexionar sobre la
necesidad que tenemos de reconocer el valor tanto del trabajo caritativo como
del trabajo por la justicia social. Ambos son importantes y necesarios. Muchos
Unitarios Universalistas tendemos a enfocarnos en la necesidad de luchar por
cambiar los sistemas que continúan perpetrando la desigualdad en nuestras sociedades
y dejamos a segundo plano el trabajo que busca satisfacer la necesidad
inmediata del individuo porque sabemos que la solución del problema en sí, no
se encuentra allí. Es importante trabajar en conjunto con aquellos que están
dispuestos a caminar al frente y a aliviar la necesidad inmediata del individuo
mientras continuamos haciendo el trabajo difícil de crear leyes y de desafiar
sistemas que continúan creando sufrimiento a quienes se encuentran en los
márgenes.
Mirar
frente a frente el sufrimiento de la gente no es cosa fácil. Este fin de semana
en Tijuana fue transformador para todos los que formamos parte de él. Este
programa y la experiencia que aportan a los participantes son importantes para crear conciencia e invitar a
la acción. Son un recordatorio del trabajo que aún falta por hacer y una
fábrica de memorias peligrosas que, espero, nos empujen a actuar, a seguir
trabajando y levantando la voz por aquellos que han sido silenciados y casi
erradicados de nuestras comunidades.