Wednesday, October 28, 2015

Fin de semana de justicia en Tijuana

A principios de octubre de este año, tuve la fortuna de ser la capellana de un grupo que asistió a “Fin de semana de justicia en Tijuana“, un programa del Ministerio de Justicia Unitario Universalista de California en colaboración con la academia GaryMar
El propósito del programa es el de seguir el trayecto de aquellos que han sido afectados por el sistema deficiente de inmigración de Estados Unidos con el fin de ofrecer una mayor perspectiva y entendimiento de la crisis migratoria a todas las personas interesadas en conocer a más profundidad el problema. (A su vez, las organizaciones a las que se visita en Tijuana reciben una donación en nombre del grupo para apoyar el trabajo que realizan en la ciudad.)

En esa ocasión, tuvimos un grupo de 5 participantes; cuatro de ellos de distintas áreas del sur de California y una persona de Nueva Jersey. Todos estaban de una manera u otra ya involucrados en el trabajo pro-inmigrante en Estados Unidos.  Cruzamos la frontera un viernes por la tarde y después de una pequeña introducción sobre las prácticas de deportación nos dirigimos al centro GaryMar.
El sábado tuvimos la oportunidad de ver a un grupo de una organización llamada Corazón en acción. Era un grupo de personas de una iglesia que iba a construir una casa modesta en un día. Llegó un camión de jóvenes y ya tenían todo el material listo para empezar el trabajo. Pero lo más fascinante de esa experiencia no fue ver lo organizado que estaban ni lo rápido que trabajaban sino la cara iluminada de la futura dueña de la casa. Cualquier persona hubiera podido identificarla con solo ver su sonrisa. Ese día fuimos testigos de un acto de caridad que tocaba en lo más profundo la vida de una persona y de su familia.

También tuvimos oportunidad de ayudar a Sara, una activista pro-migrante,   y a su familia a dar de comer a un grupo de personas en situación de calle cerca de la central camionera de la ciudad y este fue probablemente uno de los momentos más difíciles de procesar para todo el grupo. Esta era la primera vez que incluso los organizadores visitaban a esta persona y la escena al llegar fue muy dramática. En cuanto todas esas personas que esperaban la comida vieron la camioneta de la señora Sara, se avalanzaron tras de ella sin prestar atención a los vehículos que venían detrás de ella. La desesperación y el querer asegurarse de tener comida les hizo olvidarse de todo a su alrededor. Su carrera tras de la camioneta era una expresión deseperada de tal vez un hambre mayor y un sufrimiento más profundo por haber sido relegados totalmente a los márgenes de la sociedad. Cuando servíamos la comida, ahí a la orilla de la carretera, sentí una necesidad de inmensa de poder llamarlos a todos por su nombre y de alguna manera afirmar su humanidad y dignidad pero tuve que limitarme a asegurarme que la línea siguiera moviéndose, que no se metieran algunos en la fila y que todos tuvieran algo qué comer.

El domingo visitamos “el bordo”, la valla que divide a los dos países y en donde cada domingo se reúnen varios grupos a buscar o proveer información migratoria y otros recursos o a formar parte del servicio religioso binacional y bilingüe que se lleva a cabo en ese punto de encuentro. Todos los que llegan aquí vienen con sus historias a flor de piel, listos para contarlas, compartirlas y hacer partícipes a los demás de un poco de sí. Hay todo tipo de historias; algunas dolorosas, otras llenas de esperanza y casi todas manteniendo viva la esperanza de la reunificación familiar. Cada domingo, la valla se convierte en un lugar sagrado donde las familias se reencuentran, donde pueden comunicarse y medio verse por un momento. En este espacio no hay necesidades que se satisfagan solo con la caridad, el trabajo que tiene que hacerse para cambiar las leyes migratorias es muy claro y muy complejo también.  (Es la valla un testigo silencioso del dolor humano de la separación causada por las leyes migratorias y los sistemas económicos injustos de nuestro mundo capitalista.)

El lunes, antes de volver a los Estados Unidos, tuvimos la oportunidad de ayudar a servir desayuno en el Desayunador Salesiano de Tijuana. Este lugar diariamente ofrece desayuno a más de 700 personas. Cada uno de nosotros teníamos un trabajo diferente. A mí me tocó hacer oración en las mesas antes de que cada grupo de personas se sentara a comer. Y eso hice.
A diferencia de la experiencia del sábado, y a pesar de que aquí tampoco sabía los nombres de las personas que llegaban a comer, sí tuve la oportunidad de ver a cada persona a los ojos, de saludarlos e incluso de charlar un poco con un par de familias que llegaron también a comer. El Desayunador está limpio y las mesas tienen manteles. Las personas por lo menos una vez al día tienen un lugar limpio y agradable para sentarse a comer. Me resultó imposible el no contrastar esta experiencia con la del sábado en donde la gente comía parada o acuclillada contra una pared al lado de la carretera.
Fue sin duda un fin de semana intenso que aún sigo tratando de procesar pero que ha generado ciertas reflexiones en mí sobre la intersección de la caridad y la justicia social.

El trabajo caritativo que observamos con el trabajo de Sara, la organización Corazón y los voluntarios del Desayunador Salesiano tienen la ventaja de ofrecer una especie de remuneración instantánea en forma de satisfacción. Se sabe y se ve de manera inmediata el resultado de la labor: el hambre saciada y el techo levantado. Pero el trabajo que se necesita para que la necesidad de la caridad desaparezca es mucho menos atractivo y mucho más árido.

Sin embargo, esta experiencia me dio la oportunidad de reflexionar sobre la necesidad que tenemos de reconocer el valor tanto del trabajo caritativo como del trabajo por la justicia social. Ambos son importantes y necesarios. Muchos Unitarios Universalistas tendemos a enfocarnos en la necesidad de luchar por cambiar los sistemas que continúan perpetrando la desigualdad en nuestras sociedades y dejamos a segundo plano el trabajo que busca satisfacer la necesidad inmediata del individuo porque sabemos que la solución del problema en sí, no se encuentra allí. Es importante trabajar en conjunto con aquellos que están dispuestos a caminar al frente y a aliviar la necesidad inmediata del individuo mientras continuamos haciendo el trabajo difícil de crear leyes y de desafiar sistemas que continúan creando sufrimiento a quienes se encuentran en los márgenes.

Mirar frente a frente el sufrimiento de la gente no es cosa fácil. Este fin de semana en Tijuana fue transformador para todos los que formamos parte de él. Este programa y la experiencia que aportan a los participantes son  importantes para crear conciencia e invitar a la acción. Son un recordatorio del trabajo que aún falta por hacer y una fábrica de memorias peligrosas que, espero, nos empujen a actuar, a seguir trabajando y levantando la voz por aquellos que han sido silenciados y casi erradicados de nuestras comunidades.

Sunday, October 18, 2015

La compasión en nuestra vida diaria

En 1973, el seminario teológico de Princeton llevó a cabo un estudio que ahora se le conoce como el estudio del buen samaritano. En el estudio participaron 40 seminaristas. Se les llamó a un edificio en el que tuvieron que llenar un cuestionario y después se les daban instrucciones de ir a otro edificio a dar una charla ya sea sobre el tema de la vocación o sobre la parábola del buen samaritano. Se les dijo que tenían que ir de prisa, en varios grados de urgencia. En el trayecto, había un actor agachado y gimiendo de aparente dolor y en necesidad de ayuda.
De todos los participantes, sólo el 40% de ellos intentó ayudar al hombre enfermo. El estudio concluyó que el tema de la charla, para quienes iban a presentar la parábola del buen samaritano, no influyó en su decisión de ayudar o no ayudar a la persona que se encontraron sino que las reacciones de los estudiantes dependían de que tanta prisa llevaran. Yo ya había escuchado citar este estudio pero al preparar esta reflexión me di cuenta de una pieza de información que no había escuchado antes. Muchos de los estudiantes que no se detuvieron a ayudar a esta persona parecían más alterados y ansiosos cuando llegaron al segundo edificio. Es decir, experimentaron un conflicto interno al tener que decidir entre ayudar a esa persona o cumplir con su obligación. En lo personal, me da esperanza saber que el que no hayan actuado para ayudar al hombre necesitado no fue por pura insensibilidad sino por un conflicto que no es tan distinto a los conflictos a los que a diario nos enfrentamos cuando nuestras múltiples actividades y responsabilidades nos limitan la visión de ocasiones en las que nuestra ayuda es necesaria.
Compasión significa literalmente “sufrir con”. Es más que empatía, es sentir como nuestro el dolor del otro y buscar maneras de aliviarlo. Estudios recientes en el área de lo que ahora se conoce como neurociencia social han encontrado alguna información importante. Por ejemplo, en un estudio en el que se utilizó resonancia magnética se pudo ver que cuando una persona empatiza con otra, las mismas áreas del cerebro se activan.  
Sin embargo, la doctora Tania Singer advierte que la empatía es negativa, ya que al sentir el dolor de los demás, uno también sufre y que esto podría resultar en desgaste y retirada. Por el contrario al sentir compasión, explica, más que sentir el dolor del otro sentimos preocupación y podemos desarrollar una mayor motivación para ayudarlo.
Una de las cosas que dejó claro el estudio de Princeton es que tener pensamientos buenos no es suficiente para actuar de manera compasiva hacia los demás. Pero la compasión, me parece, es también una cualidad que podemos y debemos cultivar y la doctora Singer también está de acuerdo con esto. La doctora Singer afirma que tenemos la capacidad de bloquear del todo sentimientos de empatía y compasión hacia los demás pero que de la misma manera tenemos la capacidad de abrirnos hacia los demás y de transformar un sentimiento inicial de empatía en compasión.
Si bien es cierto que es imposible saber con certeza lo que alguien que sufre siente y que generalmente recurrimos a nuestras propias experiencias de dolor para tratar de entender el de los demás. De hecho, cuando el dolor de los demás nos recuerda el sufrimiento personal o el de alguno de nuestros seres queridos nos resulta más sencillo empatizar y hasta actuar de manera compasiva con ellos. O cuando el sufrimiento del cual somos testigos representa aquel de nuestros miedos o que ocurre de manera masiva, también es más fácil que las personas respondan con compasión y con deseos de ayudar.
Hemos visto por ejemplo la cantidad increíble de apoyo que reciben los damnificados cuando ocurre un desastre natural o cuando nos volvemos testigos de los tremendos efectos de la guerra en personas inocentes. Pero si buscamos construir un mundo equitativo, justo y compasivo, debemos de convertir esas acciones compasivas en un ejercicio diario, incluso cuando no podamos comprender el sufrimiento del otro. Me pregunto si estamos dispuestos a aceptar simplemente que no podemos conocer con certeza cada tipo de sufrimiento al que nos encontramos y que a pesar de eso nos decidamos a actuar confiando que nuestras acciones por aliviar el dolor de los demás, por asegurarnos que todos los seres humanos sean tratados con equidad y justicia no pueden causar más daño que nuestra falta de acción por indiferencia o por cualquier excusa que nos hayamos formulado en la mente.
Nuestro segundo principio nos recuerda una vez más la visión que tenemos de la comunidad que queremos ser y del mundo que buscamos construir. No es una afirmación pasiva de una realidad actual, sino un compromiso de acción porque sabemos que las palabras resultan huecas si no van acompañadas de acciones.
La compasión es clave para construir un mundo más justo y equitativo. Cuando somos capaces de identificar el dolor de los demás y a hacer algo para aliviarlo, no queda lugar para la indiferencia ni para la omisión. Tampoco hay necesidad de esperar a que nos “nazca” ayudar, podemos hacer un compromiso consciente e intencional de ayudar por principio solamente y así poco a poco ir desarrollando el músculo de la compasión en nosotros.
Que estemos dispuestos a ser audaces, a actuar con valor y sobre todo que seamos capaces de reconocer la voz interior que nos ayuda a justificar nuestra falta de acción. Que seamos más compasivos, más justos y más equitativos en todo momento.

Fuentes:
Feeling Others’ Pain: Transforming Empathy into Compassion. https://www.cogneurosociety.org/empathy_pain/

Darley, J. M., and Batson, C.D., "From Jerusalem to Jericho": A study of Situational and Dispositional Variables in Helping Behavior". JPSP, 1973, 27, 100-108. http://faculty.babson.edu/krollag/org_site/soc_psych/darley_samarit.html